miércoles, 22 de noviembre de 2023

El problema del Anarcocapitalismo


El anarcocapitalismo es más una expresión de deseos, un sueño romántico, una ilusión sentimental que una teoría social consistente

Hay amplias y acaloradas discusiones en los círculos liberales acerca de la viabilidad de un ordenamiento social donde el Estado no exista. Esta doctrina recibe el nombre de anarcocapitalismo. La tesis central del anarcocapitalismo es que el Estado es superfluo porque el propio mercado estaría en condiciones de generar las instituciones y actividades que, en la doctrina liberal clásica, son asumidas por el Estado. De ese modo, servicios como la administración de justicia, la seguridad pública y la defensa contra agresores externos serían provistos por compañías privadas que, en el marco de un sistema de competencia, procurarían ser eficientes para ser elegidas por los demandantes de tales prestaciones.

Presentada en estos términos, no hay duda de que la propuesta luce seductora. Sucede, sin embargo, que, en su formulación, hay una inconsistencia lógica. Veamos en qué consiste esa incongruencia.

El argumento de que determinados servicios serán prestados en el marco de un proceso de mercado presupone, implícita pero obviamente, que las condiciones para que el mercado opere están ya creadas. No es coherente la afirmación de que del desarrollo del proceso de mercado emergerán ciertos hechos si las condiciones para que el mercado funcione no están previamente constituidas. Esa pretensión de que el mercado funcione antes de que estén dadas las condiciones para que opere constituye una inconsistencia lógica. Si para que el mercado opere es necesario el cumplimiento de ciertas condiciones, el mercado no puede funcionar antes de que esas pautas estén establecidas. Los defensores del anarcocapitalismo suelen pasar por alto esta profunda contradicción argumental.

El mercado no puede operar satisfactoriamente en el vacío institucional. Es precisamente la creación y el sostenimiento de ese marco institucional que da lugar a la concreción sistemática de transacciones comerciales (es decir, al mercado) la razón de ser del Estado. Por lo tanto, el anarcocapitalismo incurre en una contradicción lógica cuando pretende sostener que es el propio mercado el que genera las condiciones para que el mercado opere, y con ese argumento fundamenta el carácter innecesario del Estado. ¿Cómo podría el mercado generar condiciones para que el mercado opere, si el mercado no puede estar operando porque las condiciones para que opere todavía no existen?

La negación de que la operatoria del mercado requiere condiciones institucionales previas que tornen posible su desenvolvimiento, supondría no entender en qué consiste el funcionamiento del mercado y desconocer cuáles son las instancias de las que depende la producción sistemática de bienes en el proceso capitalista. Nadie invierte si no hay seguridad jurídica, respeto por el derecho de propiedad, libre disposición de las utilidades, moneda estable, etc. Por ende, el mercado no puede crear por sí mismo esas condiciones que son previas a su existencia porque de ellas depende el propio desarrollo del proceso de mercado.

Si los partidarios del anarcocapitalismo creen que es posible el sistema que propugnan, tendrán que demostrar cómo sería posible que el mercado cree y sostenga las instituciones de las que el funcionamiento del propio mercado depende. Pero si no aportan esta demostración, el sistema que defienden no pasaría de ser una mera expresión de deseos, pero no una propuesta susceptible de ser seriamente considerada como alternativa concreta para el mundo real. Así, el anarcocapitalismo podría existir idealmente en el mundo de la literatura, como una utopía similar a la Quebrada de Galt, inventada por Ayn Rand en La rebelión de Atlas, pero no como una propuesta específica de mejoramiento del orden social concreto.

Hay una imposibilidad lógica insalvable de que la demostración requerida sea aportada. Si el funcionamiento del mercado depende de ciertas condiciones previas, no se puede recurrir al mercado para que cree esas condiciones. Esta limitación no tiene solución dentro de los lineamientos de la lógica formal.

La conclusión a la que nos aproximamos, a partir de estos argumentos, es que el anarcocapitalismo es más bien una expresión de deseos, un sueño romántico, una ilusión sentimental que una teoría social consistente. Por supuesto, cabe esperar que los partidarios del anarcocapitalismo no admitan este análisis y sostengan que la utopía que defienden es practicable. Pero para defender esa posición deben forzar los términos del razonamiento lógico e incurrir en una argumentación voluntarista. Desde el punto de vista científico, el valor de este tipo de planteos carece de entidad. Por supuesto, estas breves líneas no pretenden dar por cerrado el debate, pero sí sería conveniente y positivo que quienes se propongan refutar esta argumentación actúen dentro de los parámetros de la lógica formal y no meramente en el plano de la enunciación de criterios de preferencia personal.

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